Lea en Con-Fabulación: El delirio caribeño, entrevista a Roberto Burgos Cantor. Por Marcos Fabián Herrera


Cuando se le ve con gabardina negra y con anteojos a la usanza de un novelista decimonónico, fácilmente se llega a creer que nos encontramos frente a un santafereño ancestral, que porfía en su acicalada vestimenta de filipichín capitalino. Son sus libros los que revelan con mayor acierto su condición de caribeño. Roberto Burgos Cantor nació en Cartagena de Indias el 4 de mayo de 1948. Su rito iniciático en la literatura se lo debe a Manuel Zapata Olivella, quien le publicara su primer cuento en la memorable revista Letras Nacionales. Su obra es un decantado empeño en alegorizar, con un singular matiz, la vastedad de una región colombiana, poseedora de dimensiones distintas a las ya instauradas como manidos clichés.

¿Podría precisar las coordenadas en las que se encuentra la música y la escritura en sus libros?

No tenía conciencia de los pasadizos entre la música y mi escritura. Una vez un editor revisaba un texto que me había encargado. Yo llegué en ese momento a mirar las propuestas de ilustración que fueron confiadas a David Manzur y de entrada el editor me dijo: empecé a leer tu historia y al rato estaba dando golpecitos al suelo con las puntas de los pies. Llevaba el compás. Si paraba se detenía la lectura. Es de suponer que en el Caribe la música, por razones diversas, está metida en el cuerpo, incorporada en la vida. La música preside la vida y acompaña la muerte; aviva el dolor y dulcifica el sufrimiento; sirve de salvavidas a las flaquezas del recuerdo; e incluso propone sensibilidades sustitutivas a los vacíos de la aventura; y por supuesto interviene en las formas del movimiento, reinventa el silencio de la danza. Tengo la impresión que quien hizo evidente esa complicidad fue Guillermo Cabrera Infante. De cualquier manera la una y la otra mantienen su autonomía y sus expresiones propias. A lo mejor, ambas apuestan por encontrar el silencio.

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