“Sin descendencia: Escritoras singulares (& plurales)” con V. Gornick, J. Winterson, G. Stein, M. Di Giorgio, S. Ocampo, H. Hilst, et al. en Suplementos Gráficos: Textos de Andrea Valdés/Ilustraciones de Luis Paadin | Babelia, El País





Gertrude Stein: trinchar un asado es como tocar el chelo | No hay nada malo en aplazar lecturas. La periodista Janet Malcolm lo hizo varias veces con Ser norteamericanos, ese denso monumento que escribió Gertrude Stein sobre su familia y que en determinados fragmentos suena como un grifo cuando pierde agua. Tras intentarlo varias veces y quedarse varada en las primeras páginas, la citada Malcom encontró una solución: descuartizó su ejemplar con un cuchillo de cocina, partiéndolo literalmente en seis pedazos para que sus casi mil páginas le resultasen, al fin, algo más digeribles. Es lo que tiene enfrentarse a una autora modernista con flequillo y sandalias de emperador romano conocida, entre otras cosas, por querer trasladar al texto la autonomía de la pintura, lo que en 1914 equivaldría a remontar un barco por la selva amazónica. De ahí que algunos no la tomaran muy en serio. En una carta, un editor emuló medio en broma su estilo: «Soy solamente uno, solo uno, solo uno. Solo un individuo, uno cada vez. No dos, no tres, solo uno. (...) Siendo solamente uno, teniendo solamente un par de ojos, teniendo un solo tiempo, una sola vida, no puedo leer su manuscrito tres o cuatro veces. Ni siquiera una vez. Solo un vistazo, un vistazo es suficiente. Ni una copia se vendería. Ni una. Ni una sola». Quizás el error que cometió el autor de esta nota fue pensar que Gertrude Stein escribía en inglés cuando, en realidad, estaba inventando otro idioma. [fragmento]




Vivian Gornick y Jeanette Winterson: aguafiestas | Supongamos que a la escritora Elizabeth Costello le saliera preguntarse qué sentido tiene la lectura cuando una no espera gran cosa de la civilización. La respuesta es muy sencilla: ninguno. E imagino que éste sería su punto de partida, desde donde empezaría a hablar. Es decir, alejada del cliché de quienes recurren a los libros como vía de escape porque su presente les defrauda. Insistiría en que no hay nada menos parecido a la resignación que un lector atento. Otra cosa es Emma Bovary cuya dependencia acabó anulándola como persona y, por supuesto, como lectora, así que hablar de ella es hablar de una adicción, con todas las distorsiones que conlleva. No en vano, madame Bovary se chutaba folletines, no grandes clásicos, y no porque le entrasen con suma facilidad, que también, sino porque era lo que tenía al alcance. Las elecciones del adicto suelen hacerse en función de este criterio que además de limitado tiende a ser frustrante. Quizás, por eso, Elizabeth Costello se interesara antes por otras figuras como la de Molly Bloom. O al menos eso nos vendió J. M. Coetzee, al inventarse a esta autora y darle voz en un gran libro que se estructura en varias conferencias en las que habla del realismo, la responsabilidad de los poetas y nuestra relación con los animales, lo que a su vez me hizo pensar en qué diría este personaje sobre las memorias de Vivian Gornick y Jeanette Winterson. [fragmento]




Con polvo bajo las uñas | Hay quien escribe como si despertase de un gran letargo y saciara su sed con el agua que se estanca al fondo, la que pudriéndose alimenta a las flores. Y aquí pienso en Marosa di Giorgio, Silvina Ocampo y Hilda Hilst. Tres mujeres tan misteriosas como lo fueron sus obras, que de inocentes tienen muy poco, aunque se nos invitara a creer lo contrario por aparecer entre hadas, muñecas viejas y pistas de tenis. Aviso: no es más que el envoltorio. Su lectura deja poso. Es más, con esos nombres ¿quién iba esperar otra cosa? Claro que nada indica que se los inventaran. Si hasta parece que fue al revés, que escribieron para estar a su altura, como quien obedece a un designio. [fragmento]