Diario Viral/Viral Diary por Sergio Díaz-Luna | ​#learning disease #panic-gogy #online teaching #online education #screen to screen instruction #synchronous writing #asynchronous thinking #distance education ​#teaching online classes



Panic-gogy por S. Díaz-Luna*


[fragmento]

10:00 a.m.
Con un click mágico los estudiantes iban apareciendo a través del cristal. Incrédulo, yo trataba de silenciar la electrizante intoxicación de saludos y emojis que empezaban a inundar el pequeño recuadro al lado derecho de la pantalla, tipeando tan rápido como mis dedos me lo permitían y repasando ansioso las erratas que infaliblemente la premura parecía estimular antes de pulsar “enter”. Temiendo que el entusiasmo que nos animaba se desvaneciera en medio de aquella pandemia asombrosa de exclamaciones y símbolos, me adelanté a darles la bienvenida a nuestra primera clase “en línea”. Entonces, abrí el pdf del syllabus en la pantalla e indiqué, nuevamente en el recuadro de la parte inferior, el tema de la clase que habíamos programado para hoy. Removí el documento y sentí que mis palabras se desvanecían con él, como un espejismo.

10:05 a.m.
Recién expliqué los objetivos de la clase, arrastré hacia mí la pila de libros que usualmente hubiera dispuesto sobre el escritorio de nuestro salón y con un gesto premeditado, elegí el ejemplar que tenía el tamaño justo para que mi rostro no saliera de cuadro. No tardaron en desvanecerse sus intervenciones en el chat. Esperaba que reconocieran el libro mudo, abierto. La imagen se fue opacando. Consumado por la incertidumbre de no saber si seguían ahí “conmigo”, ausculté la teoría del día en dos frases, repasé en voz alta un par de fragmentos y cuando terminé de leer esperé, esperé. Mis comentarios fueron dejando intacta la “zona de participación”. El número de asistentes en el chat no descendió, pero por los siguientes quince minutos fue intermitente, problemas de la conectividad remota, pensé.




10:20 a.m.
Como un pliegue transparente la ventanita que me indicaba su presencia o por lo menos, que estaban escuchando con virtual atención, permanecía inmóvil. Si no había preguntas en las sesiones “face-to-face”, ¿por qué debería haberlas en la sesión a distancia? Esperé, esperé. El gris de la pantalla produjo un vacío, una espiral radioactiva que nos succionó. Caímos en cuarentena por unos minutos. Repasé de reojo y en voz alta otros fragmentos. El gato saltó sobre la mesa, estilizado y descortés cruzó por encima de los libros frente a la cámara, entonces una coreografía internáutica de emojis celebró la hostilidad de plastilina del gato, después de la cual los estudiantes volvieron a atrincherarse detrás de sus pantallas. Volví a la carga desplegando otro pdf con preguntas para la siguiente sesión. Cabizbajo todavía sobre el libro, quemé una despedida lenta a golpe de tecla, levanté la cabeza frente a la cámara y dibujé una sonrisa vaporosa mientras les daba las gracias por “haber atendido” nuestra primera clase virtual.


10:30 a.m.
Un segundo después la alarma indicó los treinta minutos, entonces con dificultad, casi extinguido de la mente, atropellé mis dedos sobre el teclado para ocultar la cámara. Cerré el chat. Absorto, palpé con mis ojos los lomos de los libros, parecía que habían envejecido. Me tomó un instante encontrarme con mi reflejo contrariado sobre la pantalla oscura. Sin razón aparente, el gato vino a enrollarse sobre mis piernas desencadenando la tentación de incorporarme. Parecía que me devolvía una sonrisa. Como restos de arena, como un idioma perdido, todo enmudeció.


*Sergio Díaz-Luna es literato especialista en teoría crítica y editor cofundador de RedNEL Colombia. En 2007 recibió el Premio Asociación de Academias de la Lengua Española. Actualmente es profesor de español y literatura latinoamericana en la Universidad de Longwood (EE.UU.).