Uno queda estupefacto al ver que, al menos por una vez, el comité del Nobel ha hecho realmente algo honorable y meritorio...
Christopher Hitchens
(Columnista de Vanity Fair y de Slate.c.2007 WPNI Slate)
Si hubiesen dejado que esto le pasara a Doris Lessing, quien la semana pasada ganó el Premio Nobel de Literatura, la vergüenza eterna habría cubierto a estos miembros del comité.
Harold Bloom, el profesor y crítico literario de la Universidad de Yale, quizás esté en lo cierto (en realidad, si es que importa, realmente pienso que lo está) al decir que Lessing no ha escrito nada de importancia durante los últimos 15 años o algo así. Pero eso no implica que ella no debería haber recibido los laureles del Nobel hace 20 años, sino antes.
Fue Hemingway el primero que ácidamente hizo notar que los autores tienden a conseguir el gran premio demasiado temprano o demasiado tarde. En su propio caso, lo comparó con nadar hacia la costa por su cuenta y al llegar ser golpeado en la cabeza con un salvavidas.
Revisar la profundidad y la extensión de la obra de Lessing es apreciar que algunos escritores realmente viven para el lenguaje y están dispuestos a arriesgarse por él. Es también comprender que hay alguna relación entre el hambre por la verdad y la búsqueda de las palabras correctas. Esa lucha tal vez resulte indefinible y difícil de decidir, pero cualquier lector la distingue cuando la ve.
Puedo recordar con precisión cristalina cuando leí por primera vez sus novelas más tempranas. Fue en la Rodesia, todavía controlada por una minoría blanca (la actual Zimbabue), hace más de tres décadas. Dos de sus historias —The Grass is Singing y This Was the Old Chief’s Country— combinaban la tristeza de un recuerdo melancólico con la muy exacta comprensión de que se había cometido una enorme injusticia con los habitantes “nativos” de la tierra a la cual ella había sido trasplantada.
Durante gran parte de su vida, la lucha contra el apartheid y contra el colonialismo fue el elemento determinante en la vida de Lessing. Se unió al Partido Comunista y se casó con un exiliado alemán comunista (quien posteriormente fue asesinado cuando era diplomático de Alemania Oriental en el odiado régimen de Idi Amín en Uganda). Si usted quiere alguna vez saber cómo se siente —quiero decir, se siente de verdad— cuando uno cree de todo el corazón en el futuro comunista, las novelas de aquel período se lo harán dolorosamente real.
Más tarde, y de un modo que ahora es bastante familiar, renunció a esa fe. Pero no sin escribir sobre ello de un modo capaz de quitar el aliento. Hay un cuento titulado The Day Stalin Died (El día que murió Stalin), que merecería ser impreso en cualquier antología de prosa del siglo XX.
He tenido solamente dos veces la experiencia de leer una historia tan buena, al punto de sentir que parecía conocer mucho de mis propios pensamientos. La primera vez fue con Katherine Mansfield, y la segunda fue cuando leí el cuento de Lessing The Temptation of Jack Orkney (que incidentalmente es también sobre una crisis de fe). Por favor, hagan una promesa y compren los libros donde aparecen esos cuentos. Les ayudarán a determinar el estándar dorado de la escritura moderna.
Casi aseguraría que fue el respeto por el lenguaje, antes que un trauma político inmediato, el factor que condujo a Doris Lessing a irse del Partido Comunista. Una vez me dijo que había estado en el llamado “grupo de escritores” del partido, que solía discutir los problemas de los escritores “comprometidos”, hasta que advirtió que el principal problema de la escritura tenía que ver, en primer lugar, con estar en el grupo; ni hablar de estar en el partido.
El comité del Nobel, siempre ansioso por mostrar que premia novelistas valiosos, cita respetuosamente el elemento épico en el feminismo pionero de Lessing. Bueno, no hay necesidad de estar en desacuerdo en ello. Pero al enfatizar los deseos y ambiciones enterradas de lo femenino, y al forzar a sus lectores a confrontar lo que en un sentido ellos ya “sabían”, más bien tendió a insistir en que una verdadera mujer quería un hombre verdadero. El señalamiento de este punto elemental le hizo perder casi tantos admiradores como los que ganó. Pero, una vez más, simplemente no podía emplear su capacidad literaria y emocional para simples propósitos propagandísticos.
No quiero hacer de ella una sabia, o una gran dama. Su libro más anticomunista (The Wind Blows Away Our Words) es en cierto modo un relato demasiado romántico de los rebeldes combatiendo al Ejército Rojo en Afganistán. No encuentro muy atractiva su ciencia ficción y me desalentó cuando trató de interesarme en la obra del místico charlatán Idries Shah (cuyos “libros” fueron una vez considerados por Gore Vidal como “más difíciles de leer que de escribir”).
Lo que es seriamente destacable, sin embargo, es su disposición a experimentar con tantas formas de escritura, e incluso, si prefieren, asumir el riesgo de parecer tonta antes que caer en el estereotipo.
Me emocionó y causó un intenso interés ver la semana pasada la fotografía de Doris Lessing en el umbral de la casa en el distrito bastante plebeyo de North London, donde ha vivido durante tantas décadas. Después de ser un ángel vengador de sexualidad en su juventud, no le preocupa en lo más mínimo lucir en la actualidad como una pordiosera o una coleccionista de gatos cuando se aproxima a sus 90 años. Hubo serenidad en la escena: una persona que ganó el Premio Nobel pero que realmente no necesita ese tipo de confirmación.
Fuente: http://www.elespectador.com/elespectador/Secciones/Detalles.aspx?idNoticia=16805&idSeccion=25
Por Annette Levy-Wyllard
Fecha: 10/22/2007 -
Su novela El cuaderno dorado fue y sigue siendo el libro de culto de la liberación femenina en el mundo entero. Pero ahora usted decide denunciar a las feministas...
Siempre me ha molestado que El cuaderno dorado se haya convertido en la Biblia de la liberación femenina porque yo jamás quise hacer un ensayo feminista sino escribir sobre la vida de las mujeres. La gente piensa todavía que se trataba de un manifiesto político y no es así. Me llegaron montones de cartas de lectoras que hablaban solo de política y cartas de hombres que me explicaban que el libro había sido liberador para ellos. Acabo de recibir una carta de un brasileño que le dio la novela a su esposa para que entendiera que puede haber vida fuera de la casa y de la crianza de los hijos. Además, hay que recordar que en Francia durante mucho tiempo ningún editor quiso publicar El cuaderno porque les parecía muy radical.
Hoy puedo decir que las feministas han fracasado. Y es verdad, hoy en día se puede decir, más o menos, que existe igualdad entre los sexos en campos como el salario y lo profesional. Mujeres inteligentes y formidables ocupan empleos clave. En los países occidentales ha habido verdaderos progresos para las mujeres de ciertas clases sociales... Las jovencitas de hoy no se dan cuenta que solo hace dos generaciones que podemos controlar, como mujeres, nuestra propia vida, que ya no tienen de qué preocuparse cuando quedan embarazadas. Esas muchachas creen que todo esto es normal, y esa es la verdadera revolución de nuestro tiempo, han tenido mucha suerte. Las mujeres modernas ahora pueden hacer de todo, pero todo lo que quieren es encontrar un hombre, solo hay que ver El diario de Bridget Jones o la serie Sex and the City para darse cuenta...
Sin embargo, sobre todo en el tercer mundo, esa evolución no la pueden disfrutar la mayoría de las mujeres. Si digo que las feministas han fracasado, se debe a que ellas no pudieron capitalizar sus propuestas en los años sesenta y setenta. Lo que en absoluto me sorprende pues no esperaba demasiados cambios. Era una época muy emocional. Podrían haber sido más calmadas y haber hecho más esfuerzos para trabajar junto a los hombres. Siempre he pensado que no se puede avanzar haciendo separaciones radicales, y no hay que olvidar que muchas de las grandes feministas fueron hombres...
En 2001, usted protagonizó un escándalo cuando defendió a los hombres al decir: “Las mujeres estúpidas, ignorantes y malas atacan a los hombres más inteligentes y más atentos, y nadie dice nada. Los hombres tienen desafortunadamente aire de perros abatidos incapaces de contestar”. Y luego llamó a la revolución: “¡Es el tiempo de que contraataquen!”.
Me encontraba en la tribuna del festival de Edimburgo, en Escocia y me preguntaron algo sobre las feministas. Contesté que no me gustaba la manera de tratar a los hombres, que debía ser terrible ser un varón. De inmediato, el diario The Guardian tomó las declaraciones, y se levantó una polémica nacional, con un montón de cartas a favor y en contra mío. Quería decir que cada día estaba más irritada por la locura en contra de los hombres, de manera persistente, sin que nos diéramos cuenta. Me preguntaba por qué debíamos pelear por la igualdad despreciando sistemáticamente a los hombres. Un día en una escuela primaria le escuché decir a una profesora joven a sus alumnos (hombres) en clase: “¡Todo es su culpa!”. Un pequeño se puso a llorar. Me pareció espantoso aquello. Nunca me gustó el feminismo, ni en los años sesenta y setenta, ni ahora. Siempre detesté ese lado antihombres de esas muchachas de izquierda que odiaban a los tipos, al matrimonio y a los hijos. Eso es una tontería y una pérdida de tiempo. Han debido hacer las cosas de otra manera.
Usted atacó también a Simone de Beauvoir...
Era una feminista que odiaba ser una mujer y todos los aspectos de la feminidad. Por ejemplo, tener la regla. Es claro que ella quería ser un hombre. Estúpida. Es como estar furiosa contra el clima. Me gusta más Woody Allen cuando dijo: “Me da igual morir, pero no quiero estar allí cuando pase”.
Nunca me convenció ese modelo de pareja “ideal” Sartre-Beauvoir, enseguida pensé que era falsa. Sartre se portó como todos los hombres siempre se han portado. Y Beauvoir, como todas las mujeres. Mientras que en sus libros ella trataba de mostrarnos que se trataba de una relación moderna, de amores múltiples, sin celos. Pero mientras que Sartre tenía sus historias de amor por su lado, ella se quedaba casi siempre en casa.
Usted le declara la guerra a lo “políticamente correcto”...
¡Odio lo políticamente correcto! Es la visión de un mundo dividido en Bien y Mal. Se encuentra por todos lados en la lengua inglesa. En particular cuando usted habla de las razas: no puede decir ni Blanco ni Negro. Y luego lo vigilan en caso de que se le suelte algo así. El fenómeno es terrible, sobre todo en las universidades norteamericanas, porque los norteamericanos llevan siempre todo al extremo. Es un país histérico y me pregunto por qué. Así descubrí que mi novela The Good Terrorist sucedía en los campus norteamericanos para subrayar todo lo que en ese libro no es políticamente correcto. Por ejemplo, el personaje del músico es un chico negro: es “políticamente incorrecto”. El comunismo está muerto, sin embargo la herencia de ese lenguaje vacío, que siempre debe inventarse un enemigo se ha perpetuado entre los intelectuales.
En todo caso, lo políticamente correcto toca a la crítica literaria que sigue infiltrada por esos vestigios de la moda del pensamiento comunista. Cada escritor ha pasado por la experiencia de escuchar preguntas de los periodistas como “¿Piensa usted que los escritores deberían...?” y eso termina con una declaración política con la palabra “compromiso”. O bien se lee el libro de uno diciendo que se trata evidentemente de “un tema”.
Usted fue comunista. ¿Lo lamenta hoy en día?
Yo fui comunista hace medio siglo. Cuando llegué a Inglaterra todo el mundo era comunista, o lo había sido. Estábamos en plena Guerra Fría, el enfrentamiento era muy duro. Eso continuó hasta el final de los años cinuenta, hasta que dejaron de interesar Trotski o Stalin, pues encontrábamos todos sus discursos aburridos, y comenzamos a burlarnos de la jerga política. Nos divertíamos, teníamos humor. Sobre todo, ya discutíamos sobre la cuestión de los hombres y las mujeres, y eso fue mucho antes de la liberación femenina. No esperamos para hacer nuestra revolución sexual. Me pregunto por qué todo el mundo piensa que el sexo se lo inventaron en los años sesenta... Gracias a Dios ¡hubo algo de eso en los cincuenta! Cuando digo esto, siempre me miran con estupefacción o incredulidad. Como cuando digo que lo único importante en las relaciones entre hombres y mujeres es que sean divertidas. Por eso ahora escribo una comedia.
Tomado de: http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=107165
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