Germán Espinosa (1938-2007)

Germán Espinosa (1938-2007)


No queremos hacer eco de lamentos impostados, ni relatar fastidiosas anécdotas personales con el autor fallecido, ni mucho menos participar de las recriminaciones hipócritas por la falta de reconocimiento del estamento literario colombiano a la obra de una de las más grandes plumas nacidas en esta tierra. Simplemente consideramos que el más respetuoso homenaje que se puede hacer a la memoria de Germán Espinosa es el de la sencilla y sincera lectura de sus obras.

Compartimos con ustedes un par de fragmentos de Los Cortejos del Diablo y la Tejedora de Coronas, con ánimos de invitar a nuestros visitantes y amigos a su lectura.



Los cortejos del diablo (fragmento)

" ¿Por qué me vine a venir, soñando con falsos boatos y virreinales embaucos, del lugar donde me correspondía estar y medrar, las Cortes, coño, las Cortes, allí donde se forjan en un parpadeo eminencias y las togas se cruzan con el filo de las espadas? ¿Por qué me vine a venir a una tierra, tierra de Belcebú que nos hiela de calor, que nos sofoca de frío; a una tierra, tierra de Lucifer esterilizada por el semen de Buziraco, pero exuberante y pasmosa en su misma esterilidad, tierra en fin que devora o vomita, según vengamos a sembrar o a recoger? ¡Ahora soy un esputo de soldados, una resaca, una bazofia de río almacenada en sus bocas de dragón! ¡Ahora soy un desecho de estas tierras malditas del Señor, tierras que, en vez de conquistarlas, me han conquistado o, mejor, succionado, chupado, fosilizado, hasta arraigarme como cizaña diabólica en lo más profundo de sus entrañas! Mañozga escuchaba la carcajada helada de las brujas que voloteaban arriba, famélicas y vengativas, y un estremecimiento le recorría la espina dorsal.

(...)

Finalmente fue arrastrado. Protestó, se revolvió, pero sólo le respondieron las carcajadas siniestras del alcalde, un ji-ji-ji muy agudo que rivalizaba con los eructos de las brujas. Escaleras abajo, Mañozga se comprendía grasiento y febril. De sólo recordar los graznidos escuchados allá en el cielo, tuvo una erección senecta y pasajera. Estaba liquidado y nadie mejor que él lo sabía. Aquel ambiente de mazmorra, donde se creyera estar siempre rodeado de excrementos humanos, le oprimía el pecho y se le pegaba sin remedio a las fosas nasales. Era la mierda de Buziraco que lo perseguía. "

* * *

La tejedora de coronas (fragmento)

...y así, mientras María Rosa fingía interesarse en los temas, pero en realidad cerraba su mente a ellos, porque en la escuela aprendió hacía tiempos que todas aquellas lucubraciones no eran otra cosa que triquiñuelas de Satanás, yo parecía captar muy bien, en cambio, toda esa vedija de aplicaciones geométricas, porque amaba al muchacho que movía con destreza ante mis ojos el compás de clavillo movible, trazando semicírculos de un polo a otro del plano imaginario, como quien parte con hendiduras verticales una naranja sin dejar que los trozos se separen, y porque, además, me sabía amada por ese geógrafo precoz, que ahora me hacía observar, en la vieja carta de Waldseemüller, ese nombre de América con que, por algunos, eran designadas estas Indias Occidentales, ese nombre con el cual se honraba tal vez a un mediocre cosmógrafo llamado Américo Vespucci o quizá se recordaba el nombre indígena de Amerik, revelado a Colón cuando en su cuarto y último viaje al Nuevo Mundo un huracán lo arrojó a la costa y desembarcó en el cabo que bautizó Gracias a Dios, materias que a Cipriano se le antojaban pedantes, pues no parecían convencerlo esos esporádicos raptos de inspiración de Federico, cuyo desinterés por las cosas prácticas y cuya pasión por estos fantaseos aparentemente inútiles, que en vez de granjearle las palmas de la gloria podrían atraerle las del martirio, lo exasperaban, máxime ahora, cuando teníamos dentro de la casa al mismísimo Echarri, de quien se aseguraba por aquellos días, acaso por su vieja rivalidad con el gobernador, que estaba replegándose para acometer un salto grande y renovar los esplendores del Santo Oficio, lo cual explica el pecaminoso regocijo que parecía sentir al decir a Federico, lo más alto que pudo, que le dolía participárselo, pero era lo cierto que su planeta verde se había evaporado, a lo mejor no se trataba sino de un espejismo, sólo para que el otro lo mirase de pies a cabeza, con la preocupación que siempre le suscitaba Cipriano, y sin prestarle más atención volviese a inclinarse sobre las trazas y, apuntando al Océano Atlántico, nos encareciese de cuál manera nos hubiese aterrado esa gran extensión de agua salada si hubiéramos vivido en la Europa de mediados de la centuria antepasada, cuando se creía que la Tierra era plana y que, más allá de las Columnas de Hércules, el mar se precipitaba por las fauces de un bestión descomunal, como esos de la Topografía Cristiana de Cosmas Indopleustes, superchería barrida, hacía ya tiempos, por Colón, Magallanes y Elcano, pues hoy sabíamos que la Tierra, como ya lo había afirmado Aristóteles, era redonda y podía circunnavegarse y que, además, esos puntitos que brillaban en el cielo eran otras tierras, otros cuerpos enormes como éste, más enormes aun, y algunos de ellos carecían de luz propia, no ignifluían sino que reflejaban la de una estrella y, por tanto, podían ser habitables, para ponderar lo cual extendió el brazo en ambicioso ademán hacia la ventana, con lo que logró que María Rosa observase desganadamente el recuadro por donde filtraba su luz refleja la luna de abril, pero obtuvo de mí un gesto de inteligencia que le bastó para comprender que no había perdido el tiempo ni la saliva, mientras una nubarrada de mosquitos, atraídos quizá por la llama, se colaba en el mirador y Cipriano trataba en vano de aniquilarla a papirotazos, como en una locura súbita, y la voz de Emilio Alcocer, quiero decir de mi padre, se dejaba oír abajo indicándonos que nos íbamos, ea, que era tarde, bajamos como habíamos subido, en parejas, nos reunimos en el portón con el grupo de mayores, rodeado del cual gesticulaba fray Tomás para sostener, en tono inútilmente colérico, que la precaria salud del rey Carlos se debía a hechizos de brujos, para maldecir a Luis xiv y fastidiar ostensiblemente a fray Miguel Echarri, que hubiera preferido ser el centro de atención y ahora no parecía apaciguarse ni siquiera al oír las bromas que Lupercio Goltar, nervioso, trataba de traer de los ralos cabellos, asegurando que esos maleficios y sortilegios a los cuales solía atribuirse la mala salud del monarca no eran sino cuentos de viejas, que dejaran en paz a los pretensos hechiceros, que bien inofensivos eran, a lo cual el inquisidor, finalmente, decidió darse por aludido y dijo que él a los brujos los dejaba en paz, Goltar, y hasta a ciertas personas que se daban el lujo de leer sobre Nostradamus, o sobre Paracelso, o sobre no sé cuáles otros pícaros o belitres, lecturas muy claramente proscritas por la Congregación del Índice, pero que no le vinieran con astrologías, que si alguien había descubierto un planeta por esos contornos, se lo guardara muy bien, porque esa luna vieja ya bien se decía que hacía las malas noches en verano y se gastaba en enseñar a gruñir los vientos y a murmurar los vientecitos, así que mucho cuidado, pues no deseaba escuchar ni esos gruñidos ni esas murmuraciones, dicho lo cual se internó en la tranquila oscuridad de la calle, mientras Cipriano debía suspirar pensando que ya no existía peligro, porque el puñetero planeta verde había desaparecido del cielo.


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